Drama en el que un actor de Hollywood trata de recuperarse de su adicción a las drogas y la obsesión que siente por una mujer en Miami. El descenso a los infiernos de las drogas, el alcohol y el sexo, acompañado por una decadencia física, moral y espiritual del protagonista, configuran al típico antihéroe ferrariano. Tal vez la película se mete en un terreno complicado, ya sea por la frivolidad del ambiente donde se mueve el protagonista (que afecta al dibujo de los personajes), por las derivaciones policiales de la trama que esconde un suceso que el protagonista no puede recordar hasta el final, o por una puesta en escena con tendencia al esteticismo y la desprolijidad. Por lo tanto el resultado es irregular, pero para nada despreciable. A través de la utilización de alucinaciones, pesadillas, secuencias en blanco y negro y cámaras de video, Ferrara indaga en una percepción alterada de la realidad, y a través de algunos apuntes provocativos como la escena de la orgía (resuelta con fundidos) y la imagen de un bebé estrangulado, nos mete en la mente del protagonista y su visión alterada del mundo. Si bien Matthew Modine no resulta del todo convincente, se extraña la sobriedad y crudeza de otros films (la ausencia de Nicholas St. John en el guión se nota) y la resolución carece de impacto y sorpresa, está claro que estas no son las prioridades de Ferrara. Un experimento fallido, pero para nada incoherente con el estilo y la trayectoria de su director.