Drama bélico en el que un pianista judío trata de sobrevivir en el gueto de Varsovia durante la ocupación nazi de Polonia en la segunda guerra mundial. Basado en un caso real. Polanski hace su film más autobiográfico, pero también uno de sus más contenidos. La única manera de salvarse del horror es mantener la calma, parece decir. La película no escatima descripciones del horror (el golpe al anciano en la calle por no saludar a los soldados, los niños tirados en la calle, el paralítico tirado por la ventana, el vehículo que pisa cadáveres de recién muertos, la ejecución en línea de obreros), pero siempre son mostradas a través de los ojos de algún testigo. Tampoco se plantea una análisis sobre el holocausto o las raíces del nazismo. La deuda, entonces, es que formula pocas preguntas. Afortunadamente el retrato de los nazis no cae en los habituales maniqueísmos del cine. Están los que convidan cigarrillos y los que guardan algo de compasión. El film toma un vuelo notable en la escena de espera para subir al tren de “reubicación” a pleno sol y cuando el protagonista queda solo fuera del gueto en departamentos abandonados y hospitales destruidos. En la resolución, pese a la salvación, queda un sabor amargo y un dejo de culpa.