Secuela de Species (1995) en la que un astronauta vuelve infectado de una misión al espacio y se convierte en un monstruo asesino a lo largo de los Estados Unidos. A partir de un guión tan esquemático como previsible Medak hace una poderosa e impactante película de horror. Esta secuela potencia los elementos morbosos (la carga sexual, el gore, la monstruosidad, la atmósfera insana) del original, transformando lo que sería un puritano thriller de ciencia ficción en una historia de locura y obsesión sexual. El film deja de lado los improvisados héroes de la función que sólo pueden observar, la conflictiva relación padre-hijo del protagonista y la palabrería científica para convertirse en un conglomerado de situaciones horrorosas (sustancias viscosas, chorros de sangre esparciéndose, explosiones de cuerpos, cabezas que se regeneran, autopsias indescriptibles, cuevas con niños deformes, monstruos extraterrestres copulando) que derivan en un espectáculo truculento y lovecraftiano que no se veía en el cine desde The Thing (1982). Sólo los críticos de guión no podrían apreciar las virtudes de un producto a contracorriente del cine americano fantástico de la década de 1990.