Biopic de la decimocuarta reencarnación del Dalai Lama, desde su niñez en 1937 hasta el abandono de Tíbet en 1959. Pese a ser una experiencia espiritual en la misma línea que algunos films de Bresson y Rossellini, Scorsese nunca pierde la noción de espectáculo, el rigor histórico, la preocupación por el realismo y el refinamiento estético, dejando en claro que cuando quiere y el material es acorde, es uno de los mejores directores de la actualidad. Sus películas pertenecen a la categoría de realismo subjetivo. Los ojos del protagonista son los ojos del espectador y transmiten todas las emociones y sensaciones posibles. La fotografía deja sin aliento (el uso del color rojo), la poderosa banda sonora de Philip Glass no cae en lo pintoresco, el montaje de atracciones es puramente mental y el diseño de producción de Dante Ferreti se destaca como siempre. Los últimos cuarenta minutos del film son el nirvana en estado puro. Mientras más el protagonista se desentiende del mundo material, más se concentra en su misión personal. La interpretación del budismo no cae en el didactismo de Little Buddha (1993). Los rituales se muestran en detalle pero nunca se explican. Scorsese redondea una obra maestra que no hace ninguna concesión a la comercialidad. Su no estreno en las salas de cine de la Argentina es imperdonable.