Drama en el que una acaudalada familia esconde una maraña de crímenes y secretos en Bordeaux. La película tranquilamente podría formar una trilogía con La cérémonie (1995) y Merci pour le chocolat (2000). Pero la recurrencia temática no impide la brillantez en el tratamiento. Claude Chabrol sigue desnudando y desmenuzando la perversión de la burguesía. En este caso con el agregado de la repetición en tiempo. Los hijos cometen los mismos crímenes que los padres, en un círculo vicioso. Como ya estamos acostumbrados en los últimos tiempos, ya casi ni le interesa el suspense o el golpe de efecto, sino el desarrollo de los personajes. En ese sentido, Nathalie Baye como la madre con ambiciones políticas, Bernard Le Coq como el padre infiel y corrupto, Suzanne Flon como la tía vieja que dice verdades, Benoît Magimel como el hijo recién vuelto de América y Mélanie Doutey como la hija que estudia psicología forman un núcleo homogéneo en el que cada cual cumple su rol. La puesta en escena de Chabrol siempre nos invita a desconfiar de los personajes, aún de los supuestamente “buenos” de la historia (la tía mayor comprensiva y los hermanastros enamorados). Encontramos hallazgos de la planificación y el montaje en los travellings cortados y los fundidos en negro que comprimen el relato, en la imagen en que la hija y la tía quedan encerradas en una “jaula” y en los primeros planos con resuelve el acercamiento entre los hermanastros. Chabrol continúa a los 70 años en plena forma (como Allen, Eastwood, Altman y Rohmer).