Comedia en la que un grupo de ladrones quieren robar un banco haciendo un túnel desde un lugar cercano y se hacen millonarios por el éxito del local de galletitas que inauguran y sirve de fachada en New York. El film supone una vuelta de Allen a las comedias más puras y livianas, sin los aires intelectuales y melodramáticos de sus últimos trabajos. La película está dividida en dos partes. La primera incluye los intentos de hacer el túnel y su punto alto es la escena en que un caño de agua se rompe. La segunda, más larga, comprende a los intentos de integrarse de los personajes a la alta sociedad. Lo mejor es el quiebre de las dos partes, con un delirante informe de un programa de televisión que presenta a los miembros de la compañía. La utilización del vestuario y los decorados (para marcar el mal gusto de los personajes) y la escena que marca el contraste de la protagonista ante las obras de arte (atenta cuando a nadie le interesa) también funcionan. Sin embargo Allen no va tan lejos como John Waters en la reflexión sobre los unos y los otros de Pecker (1998). En el aspecto interpretativo, Woody Allen baja algunos escalones de clase e intenta un poco de humor físico, Tracey Ullman hace un gran trabajo como una pretendiente de la alta sociedad bruta, Hugh Grant sigue demostrando su incapacidad para actuar (sólo está por su aspecto) y Elaine May hace otro gran trabajo como la prima con pocas luces. A la historia de amor entre Allen y Ullman le falta calor y fuerza. Ver sino la primera escena en que el protagonista entra al departamento. El gusto por los planos largos y generales le da cierto aire teatral, que es habitual en Allen pero no tanto en las comedias más puras. Allen inicia un ciclo de cinco films con DreamWorks, que pueden ser de los más intrascendentes en su obra, pero también los más económicamente rentables de sus últimos trabajos.