Drama en el que un joven poeta se ve envuelto en los sucesos del Mayo francés de 1968 en Paris. Garrel ofrece una mirada más esencialista que revisionista sobre las revueltas de 1968, donde los silencios, los contrastes y la ausencia dicen más que las palabras, las imágenes y los cuerpos. Al fracaso político le sigue la decepción sentimental, el individualismo y la “revolución personal” mientras se consolida un modelo de juventud que buscaba perpetuarse y que de hecho tal vez lo consiguió. Había en ese momento juego algo más que la libertad política, el socialismo / comunismo o la revolución sexual: el último ideal romántico del siglo XX, que como tal, debía fracasar y reinventarse. Por eso, las casi tres horas de duración del film, la reiteración de las situaciones y el suicidio como único escape. La intención es hacer durar y prolongar el momento hasta el límite (a fin de cuentas los personajes no son militantes de primera fila, guerrilleros en la clandestinidad, ni siquiera intelectuales comprometidos). De ahí que el film tenga las resonancias contemporáneas que The Dreamers (2003) carece. La fotografía en blanco y negro casi monocromática y de altísimo contraste es lo más parecido a la nouvelle vague que todavía podemos ver hoy en el cine. El “anacronismo” que proponen las películas de Garrel es una de las experiencias más estimulantes y vívidas del cine contemporáneo.