Comedia dramática en la que un director de cine de clase B estrena su nueva película en un pueblo de Florida durante la crisis de los misiles con Cuba en 1962. Dante rinde homenaje al cine de terror y de ciencia ficción de la décadas de 1950 y 1960, al mismo tiempo que recuerda el pánico por la bomba nuclear en su punto más crítico. El film acierta en un tono evocativo que no cae en la nostalgia, ni en la descripción tópica de la época. Particularmente agudo es el retrato de las manías y las tretas del director (claramente inspirado en William Castle) y el despertar sexual de los adolescentes. Pero lo mejor es la película dentro de la película, sencillamente irresistible en su tono camp y fotografía en blanco y negro, que incluso logra engañar al espectador con una explosión que sale de la pantalla.
Dante se repliega en una modesta producción luego de demasiados films cargados de efectos especiales. El cambio no puede ser más oportuno ya que recupera su capacidad para dibujar personajes, para exponer los conflictos sin subrayarlos y para capturar el gesto simple, bello y oportuno de los actores. En ese sentido, Dante tal vez sea el director americano que más cerca ha estado de Jean Renoir, en el sentido de que puede mostrar las fallas del cristal sin descuidar el costado humanista de sus personajes. El gesto del protagonista cuando escucha por primera vez a la chica que se queja por los simulacros de alarma en el colegio no puede ser más elocuente. Es una declaración de principios a cerca de la atracción de lo diferente, de lo que escapa a la norma, de lo que hace ruido porque se atreve a cuestionar el orden establecido. Y, además de conectar con el tipo de cine que más le interesa a Dante, al mismo tiempo adquiere, en un país como Estados Unidos, una clara postura política.