Cuento de terror en el que una periodista de Los Angeles atacada por un psicópata se muda con su esposo a una pequeña comunidad de California que tiene entre sus habitantes una casta de hombres lobo. Dante ensaya una reformulación del mito del hombre lobo en los tiempos del gore, el sexo y los efectos especiales. El resultado es por momentos entretenido y aterrador. En ningún momento esconde los clichés del género, pero están presentados con suficiente ironía y desparpajo como para no resultar molestos. El film se beneficia de un excelente secuencia de apertura, la protagonista a la caza del maníaco en la zona roja de Los Ángeles, y, a partir de allí, Dante trata de manejar con ciertas destreza cierta dinámica slasher del film con las pesadillas, la ambientación en el bosque, los ataques de los hombre lobos, los sustos y el final irónico. Destacar las transformaciones cortesía de Rob Bottin y Greg Cannon porque todo sucede delante de la cámara y la genial escena en que el lobo agarra el papel que la futura víctima estaba buscando en un archivo.
Film de transición para Dante, entre sus comienzos en la factoría Corman y el arribo a Hollywood bajo el auspicio de Steven Spielberg. En este caso tal vez no logra explorar el espíritu de clase B tan bien como en Piranha (1978). De allí que la puesta en escena acuse señales de manierismo, los personajes no resulten tan atractivos y la estructura narrativa se debilita por los montajes paralelos. O, simplemente, porque la figura del hombre lobo rara vez ha tenido suerte en el cine (debido a que su componente metafórico es tan fuerte que su actualización como amenaza siempre se ve relativizada). Tampoco ayuda el material de origen, la novela de Gary Brander, pese a que el guión se encarga de cambiar varios elementos. Viendo la imagen final de la hamburguesa cociéndose en la parrilla uno no deja de pensar en que Dante concibió al film como un simple fast food.