Thriller judicial en el que un joven abogado apenas recibido toma un caso contra una aseguradora en Memphis, Tennessee. Contra todos los pronósticos, en la curva descendente de la obra de Francis Ford Coppola, a partir de un mediocre material literario y lo formulático de la trama, estamos en presencias de una muy buena película. Por lejos, la mejor adaptación de una novela de John Grisham. Esta vez Coppola abandona la autorreferencialidad (propia y del cine) de sus últimos films, se dispone a jugar dentro del sistema con armas válidas y saca máximo provecho posible a los recursos disponibles. Más allá de que nadie duda del oficio de un director con casi 40 años de trayectoria, además de unas actuaciones que brillan en todo nivel, la sobriedad visual acostumbrada, un buen uso de los diálogos y la voz del narrador y la excelente utilización de la elipsis y la síntesis narrativa, Coppola se las arregla para colar un sentido del humor que no por sutil deja de ser menos incisivo y oportuno y una mirada cruda, a partir de una sabia distancia, al idealismo en general y al sistema judicial en particular. No deja de ser irónico y devastador que el protagonista pese a ganar un juicio enorme no cobre ni un dólar y que un profesional quiera abandonar su carrera después de su primer trabajo. En definitiva, tal vez el mejor Coppola en mucho tiempo, aunque en principio era otro encargo más.