Giallo en el que un restaurador de obras de arte trabaja en un cuadro de un pintor maldito que se presume muerto en un pequeño pueblo de Italia. La película se adscribe a la vertiente campestre y anticlerical del giallo, al igual que Non si sevizia un paperino (1972) de Lucio Fulci. Pero no desarrolla del todo la idea más atractiva del planteo argumental que es una constante del cine italiano de terror: el placer del arte ante la captura de la muerte y la agonía. El protagonista va en busca del horror. Más allá de que se excede un poco en la duración, la ambientación gótica, el uso del color (las cortinas del hotel) y la escalofriante resolución confirman las habilidades de Pupi Avati para el género.