Cuento de terror en el que una joven recién casada se encuentra con una vampira en una finca de Europa. Adaptación de la novela Carmilla (1871) de Sheridan La Fanu. A Vicente Aranda le importa más la sexualidad y la psicología de los personajes que los golpes gore, aunque su película igualmente es generosa en ellos. Los colores, en especial el violeta, y el rostro de Alexandra Bastedo dominan la puesta en escena. Las dos escenas de sueños son muy efectivas narrativamente porque perfilan a los deseos de los de la protagonista y sus relaciones. Y porque, llegado el momento de un verdadero momento surreal (el descubrimiento de la vampira enterrada en la arena de la playa), allanan el camino para lo que sucede. Las secuencias de pesadilla del cine de la década de 1970 tienen un paradigma mucho más realista de lo que se suele filmar hoy. El problema de la película (que suele pasar con las adaptaciones de Carmilla) es que pasadas las presentaciones se desinfla. El viraje del centro narrativo (cuando la protagonista pasa de acosada a poseída) no es tan atractivo como su transformación.