Retrato de unos extraños habitantes del hotel Chelsea en New York. Sin duda la idea del experimento fílmico es brillante. Dos pantallas al mismo tiempo proyectan la película pero sólo una se escucha. El espectador puede escapar de lo que está viendo al mismo tiempo que anticipar lo que luego va prestar atención cuando la pista sonora cambie de lugar. Pero la nula progresión de cada segmento, la larga duración del film y la ausencia de interacción entre la acción de ambas pantallas entierran en el tedio de siempre de las películas de Andy Warhol. La intención de dar otra función a la relación cine – espectador resulta fútil. Es una invitación a abandonar la sala.