Policial en el que un taxista neoyorkino obsesionado por las conspiraciones es perseguido por una organización gubernamental. Luego de ver los últimos trabajos de la productora y los rutinarios thrillers de Hollywood de la década de 1990, la película resulta una agradable sorpresa. Richard Donner da ritmo vertiginoso a la acción si caer el sin sentido de la historia. El personaje de Mel Gibson trastornado obsesivo con la casa metódicamente ordenada resulta interesante. Las pinceladas de humor (especialmente en la primera hora) acercan al terreno de la parodia auténtica. Y la idea de control estatal no por exagerada deja de ser pertinente, real. El gran acierto del film es no recurrir en ningún momento a molestos flashbacks. Un par de secuencias bien resueltas: la tortura a Gibson que escapa en sillas de ruedas por la escalera y la fuga del hospital que anticipa a Desperate Measures (1998). Si bien la última parte se olvida de la comedia para centrarse en una historia de amor floja, el balance es más que positivo. Donner es un director conocedor del gusto popular, cuando pone empeño el resultado es de calidad.