Comedia dramática en la que una joven se disfraza de caballero para seducir a una condesa comprometida con un buscador de recompensas en la Francia del siglo XVIII. Jacquot adapta a Marivaux en un teatro vacío en el que los actores se mueven con total libertad. A veces ocupan el escenario, a veces ocupan las gradas, por momentos van detrás de escena. Los colores rojos de las butacas y la escasa pero oportuna iluminación (son los mismos actores los que sostienen los faroles en algunas escenas) ayudan a darle un tono intimista a la puesta en escena. El énfasis está puesto en la palabra y el trabajo de los actores. Los primeros planos dominan la función. El minimalismo de la reconstrucción de época (sólo presente en el vestuario de los personajes) hace que la comedia se desarrolle con fluidez. Más aún tratándose de una obra que juega con las apariencias y el engaño. Lejos del distanciamiento o la experimentación, el acercamiento que hace Jacquot al teatro no deja de ser sugerente.