Historia de amor de una diseñadora de moda separada y un taxi boy bisexual mucho menor que ella que se conocen en un bar gay donde trabaja él en París. Benoît Jacquot adapta a Mishima con una ambientación contemporánea, utiliza a Isabelle Huppert en un papel difícil y retrata una relación autodestructiva indagando en las apariencias y la falsedad. Más allá de la buena labor de todo el reparto, los diálogos precisos y afilados y algún hallazgo de la puesta en escena, no puede traducir la frialdad en distanciamiento. Ya sea porque adopta siempre su punto de vista, la tensión erótica y sexual queda restringida o el romance ya está de antemano condenado, la protagonista no puede ver lo que para el espectador es evidente (condescendencia). Algunos dirán que si el sexo de los personajes fuera inverso la historia sería más comprensible. En realidad no cambia nada. Si Jacquot no recurre a travellings, planos objetivos o la introspección es porque tal vez no se identifica con la protagonista como lo hacía en La désenchantée (1990) o La fille seule (1995). Sobre el final, cuando quema las fotos, resiste la tentación y se reencuentran años después (ella sigue igual), la película tiene una intensidad y autorreflexividad que le falta al resto del metraje. Jacquot hace un esfuerzo por no caer en las trampas del guión y en el lugar común. Tal vez se esfuerza demasiado.