Melodrama en el que la esposa de un médico se obsesiona con la historia de amor del príncipe Edward y Wallis Simpson en New York en 1998. Madonna vuelve a intentarlo como directora, tal vez sólo para probar que puede hacer mejores películas que Guy Ritchie. La verdad es que mucho no necesita para lograrlo. Siempre resulta curioso y revelador apreciar el film de alguien tan ajeno a las problemáticas del cine, independientemente de sus cualidades como artista. Si bien muestra una clara impronta esteticista en los decorados, maquillajes, la banda sonora usada y los recursos visuales que afecta la progresión narrativa de las dos historias paralelas, hay una clara preocupación por la figura de la mujer en constante devenir, en búsqueda de la identidad diferencial respecto del hombre, que dignifica la propuesta. Hace mucho tiempo que Madonna dejó en claro que no es una estrella pop descerebrada. Ahora tendrá que pulir sus defectos como realizadora si quiere continuar en el cine.