Musical en el que un veterano actor es convocado para realizar una comedia musical en Broadway. Minnelli vuelve al musical luego del interludio noir que significó The Bad and the Beautiful (1952) y continúa la senda preciosista de su estilo visual cada vez con planos secuencias más largos y un uso más expresivo del color. La escena al principio en que el protagonista pasea por la calle 42 de Manhattan convertida en una especie de feria de máquinas arcade hace un despliegue admirable del decorado. El uso de los colores en Minnelli sigue siendo notable. El rojo anuncia los planes mefistofélicos del futuro director de la obra. El azul de la obra de ballet introduce a la protagonista femenina. Más tarde, el número musical entre el actor y la bailarina, vestidos ambos de blanco, se convierte en el corazón de la película y el inicio de la gracia buscada. Esta vez el sueño del protagonista está contaminado por la versión pretensiosa del director que intenta montar una obra faustiana con el material de una comedia musical. De allí la genial capacidad de síntesis de Minnelli al mostrar solamente la salida del público al final del show. La parte final del final, con la recuperación de la curva ascendente de la obra, resulta la menos inspirada, pero para ese momento el film toma el tren rápido hacia el espectáculo y así, nunca puede ser decepcionante.