Musical en el que una heredera de un país ficticio de América latina es seducida por un estafador americano. Con este musical Minnelli empieza a perfilar su estilo hacia un terreno mucho más sugerente que el de la simple coreografía de los números musicales y el colorido despliegue visual. A partir de la larga escena en la que el protagonista sueña con la chica que trata de estafar, el film adquiere otra resonancia y temporalidad. Destacar el progresivo extrañamiento de la situación cuando la secuencia musical se aproxima: el protagonista le da fuego a un hombre de seis brazos o le da monedas brillantes a unos niños, hasta llegar a unas virtuosas coreografías en las que unas mujeres tratan de atraparlo con sábanas blancas. El protagonista es arrastrado hacia otro mundo a partir del sueño de otro. De esta forma la superficialidad o simpleza de la historia se ve potenciada por este juego entre la realidad y la fantasía. De hecho Minnelli casi no necesita de más números musicales (sólo hay uno más hasta el final en el que cabe destacar las figuras onduladas de la pista de baile) porque el tono del film ya quedó establecido.