Cuento de terror en el que un sacerdote se contagia vampirismo en una misión en África y tiene un affaire con la esposa de un amigo. Park Chan-wook incursiona en el cine de terror adaptando muy libremente la novela de Émile Zola, Therese Raquin (1868). Sólo toma como punto de partida la tórrida relación de la pareja y le agrega toda la trama del vampirismo. Lo importante en este caso es que la combinación de naturalismo y manierismo no tiene mucha cabida, por más que Park intente agregarle un tono más cercano a la comedia. Ya lo decía Deleuze, para hacer naturalismo hace falta talento (Von Stroheim, Buñuel, Losey), incluso dentro de las coordenadas del género de terror (Mario Bava). Y parece que Park definitivamente carece de él. Si bien hay un par de detalles atractivos en su propuesta, especialmente en la resolución, la película no deja de ser decepcionante. Si su idea de refinamiento visual es filmar todo con grandes angulares estamos en terreno peligroso. Si su idea de historia de amour fou es filmar prolongadas escenas de sexo simulado con ropa, también estamos en problemas. Si su idea del vampirismo es un compendio de clichés de fanboy, mejor interrumpamos el análisis.
Resulta triste ver cómo los cineastas coreanos que irrumpieron a principios de la década de 2000 menos de diez años después han vaciado su cine de todo riesgo, audacia y contenido. Ya sea en el circuito de cine de autor (Kim Ki-duk, Hong Sang-soo) o las propuestas más cercanas al fantástico (Ji-woon Kim, Joong-ho Bong), continúan regodeándose los unos en unas temáticas agotadas y retrógradas y los otros en una estética previsible, barroca, feista y un tono entre autorreferencial y adolescente que cada vez hace más indigestas sus propuestas. Lo peor es que no ahorran en pretensiones, despliegue de efectos especiales digitales y premios en los festivales. Pero esa es otra cuestión. Tampoco hay que ser tan exigentes. Thrist es una película de transición en su camino a Hollywood, apenas un peaje para su ingreso a los Estados Unidos.