Drama en el que una banda de rock & roll da sus primeros pasos tocando en un club nocturno de Los Angeles. Luego de deambular por la televisión durante la segunda parte de la década de 1990, Mary Lambert aprovecha sus contactos en el mundo de la música para ilustrar un guión de un productor discográfico (Glen Ballard) en plan de cineasta independiente y oportunista. Más allá de que muchos de los actores son músicos verdaderos, los recitales están filmados en el lugar y hay cameos de figuras conocidas del mundo de la música, el realismo nunca ha sido su interés de su cine: los personajes y las actuaciones quedan degradados al mínimo común denominador. Como todo film sobre el rock no escatima clichés, la rispidez cantante/guitarrista, el baterista es un descerebrado, el dilema del contrato con la discográfica, las groupies y las drogas, pero de a poco logra superarlos y revertirlos. Ya sea por la fotografía de colores cálidos en oscuridad de la noche, el detalle trash del hilo dental de la estudiante de física cuántica, la escena de la fiesta que se prolonga más allá de la mera ilustración, de algún gesto de Lori Petty imitando la estupidez o por el descaro mismo de la historia que incluye traficantes de droga y matones de poca monta. Mary Lambert es una joya escondida del cine trash. La asumida artificiosidad de sus productos la acercan a las potencias de lo falso.