Cuento de terror en el que una joven pareja se pierde en un cementerio y debe pasar la noche a solas en Francia. Rollin lleva la poética visual, el minimalismo y la experimentación hacia una concepción metafísica del terror: como estado mental que combina el amor, la locura y la muerte. Sin caer en las trampas de los fantasmas o la amenaza concreta, transforma a al gigantesco decorado de piedras, cruces, rejas y tierra en la ilustración de ese estado. Difícilmente puedan olvidarse esas imágenes de la pareja haciendo el amor en una fosa repleta de huesos y calaveras. Y la facilidad con que el film llega ahí es admirable.