Algunas ideas sobre los films de David Cronenberg. La escisión de la mente y el cuerpo lleva indefectiblemente a la muerte. Podríamos decir que en la mente se alojan los valores y en el cuerpo, las necesidades. Todos nuestros esfuerzos están centrados en sobreponer la muerte. Pero el camino de la autodestrucción es inevitable. Nietzsche, para que cambie esta angustiante situación propone al superhombre. Y Kubrick con la resolución de 2001: A Space Odyssey parece lograr el objetivo de la inmortalidad, pero para ello es necesario una comunión con las máquinas. Las similitudes del pensamiento binario con las máquinas hacen suponer que no es tan descabellado en un futuro.
Cronenberg representa un prototipo único de cineasta científico (el otro ejemplo que podría ser similar es Alain Resnais) ya que utiliza el arte para experimentar sobre la condición humana y los avances de la ciencia. Al igual que Kubrick el objetivo último sería la inmortalidad, pero la gran diferencia entre los dos cineastas es que sus ficciones nunca pretenden ser una fábula y ni quieren ser moralistas. Uno de los grandes méritos de su cine es que muestra lo que no se puede mostrar y dice lo que no se puede decir con toda naturalidad.
La obra cinematográfica de Cronenberg sigue un camino tan personal como ascendente en pretensiones y resultados. Comienza con la trilogía de Bio Terror: Shivers (1975), obra modélica y maestra del terror, Rabid (1976), en la que crece el alcance de los medios pero disminuye la perturbación y The Brood (1979), en la que se anima a un tema delicado como la familia y los niños. De allí hace un momentáneo escape de su opresivo territorio con Fast Company (1979), una película de carreras de autos que sorprende por la falta de subrayados. El éxito comercial de Scanners (1980), en la que describe un mundo paralelo de telépatas mentales, le permite hacer el film que se convertiría en el prototipo de su cine, Videodrome (1983), en el cual la amenaza externa se convierte en interna, y adaptar a Stephen King de manera ejemplar con The Dead Zone (1983), una película redonda, pero en el fondo vacía. The Fly (1986) marca el final de una época, la del terror explícito y monstruoso. Y el comienzo de otra mucho más tenebrosa, inquietante, profunda, perturbadora y abstracta. Los laberintos de la mente llevados a su dualidad más radical son explorados en Dead Ringers (1988). Las adaptaciones de obras literarias “imposibles”, Naked Lunch (1991), M. Butterfly (1993) y Crash (1996), son puestas en imágenes sin problemas. El regreso a los terrenos más codificados de la ciencia ficción con eXistenZ (1999) incluye un mayor sentido del humor, incorpora más al espectador y plantea una búsqueda de futuro. Sin embargo las expectativas sobre Spider (2002), una indagación en la esquizofrenia, tal vez desde nuevos planteos y la búsqueda en el pasado, dejan en claro que Cronenberg siempre puede sorprender.
A las injustificadas acusaciones de reaccionario o de repugnancia sexual a la que son sujeto sus films sólo porque no agitan ninguna bandera política o muestran el lado más oscuro de la psique humana, no obtendrán comentario. En muchos sentidos su cine es casi freudiano-lacaniano en el sentido de la visualización de los deseos reprimidos: el deseo de ser monstruo y en el no querer y poder serlo al mismo tiempo. Pero en Cronenberg no es el inconsciente en el que se manifiesta sino en el cuerpo.