Comedia romántica en la que una enfermera abandonada por su novio y un estudiante de biología marina cruzan sus destinos sin conocerse en los trenes de Boston. El excelente balance entre lo cómico, lo dramático y lo romántico se da con naturalidad y sin subrayados porque el film narra una historia sencilla. Pero Anderson también amplía sus horizontes al hacer un retrato de la burguesía intelectual de Boston (la máscara), incluir una trama sobre la expansión del acuario (con intereses políticos y económicos detrás) y al utilizar música de bossa nova en marcado contraste con la arquitectura del lugar. La intención: prolongar aún más el primer encuentro de la pareja protagonista. El film termina donde la mayoría empieza. La película coquetea con las nociones de destino, tiempo, felicidad y tristeza, sin pretensión discursiva ni exclamativa. A veces es mejor esperar la próxima parada. En el aspecto interpretativo Hope Davis carga con gran parte del peso del film y sale airosa, Alan Gelfant supera la categoría de personaje excéntrico, y el resto, con breves apariciones, no desentona. Si algunos creen que el cine independiente americano ha perdido el riesgo y la experimentación, es porque ahora ocupa lugar vacío que Hollywood ha dejado para estas historias. Sin ningún ánimo rupturista, Brad Anderson puede ser un nombre a seguir, precisamente por su falta de pretenciosidad.