Policial en el que un experto conductor de autos ayuda al esposo de su vecina en un robo en Los Angeles. Ahora sí Refn entra a Estados Unidos por la puerta grande: mejor director en Cannes, con un actor de carrera en ascenso, estreno en salas y buena taquilla. Y eso que su película no deja de ser un policial de serie B adornado por una puesta en escena impresionista. Los referentes están en la década de 1980: las letras manuscritas color fucsia de los créditos, la banda sonora pop retro, Michael Mann, Walter Hill, la violencia excesiva y gratuita. Pero la película no se queda sólo en eso. Como todo gran film de género es un ejercicio de estilo. En ese sentido el contraste del movimiento (quietud-erupción), el provecho que saca de los silencios (Ryan Gosling pronuncia muy pocas palabras) y algunos hallazgos visuales (la conversación en el bar con la autopista de fondo, la muerte de Ron Perlman en la playa) resultan inmejorables. Si todavía el cine de Refn sigue girando sobre la violencia y el nihilismo desde Bleeder (1999), de a poco ha sabido incorporar un humor subterráneo y cierto ascetismo. Con este film logra la consagración que hasta ahora le había sido esquiva. Hay que ver hacia dónde se dirige ahora. Da la impresión de que un ciclo está concluido.