Tercera parte de Pusher (1996) en la que un comerciante mayorista intenta vender un cargamento de éxtasis mientras prepara una fiesta de cumpleaños para su hija en Copenhague. A partir de una obsesiva cámara al hombro que sigue a los personajes, de las locaciones reales y de la violencia siempre a punto de estallar, Winding Refn logra incomodar al espectador de forma progresiva y sostenida hasta llegar a una explosión de sangre final que tal vez sea la secuencia más brutal, realista y shoqueante vista en el cine un mucho tiempo.