Vigésimo segundo capítulo de la saga Bond en la que el agente secreto británico busca a una banda que atentó contra su jefa. Secuela de Casino Royale (2006). Luego de la renovación que supuso el capítulo anterior, parece que los productores de la serie se tomaron la “modernidad” muy en serio. Así lo indica la elección de un director joven, alemán y sin experiencia en el género de acción, la cámara en movimiento y el montaje sincopado de las secuencias de acción que remiten a The Bourne Identity (2002) y la trama que toca temas “importantes” (las dictadoras, la falta de agua). Pero el personaje de Bond cargado de rencores, errores y dudas es poco creíble, Olga Kurylenko poco aporta más que se belleza “exótica” y todo el segmento de M. en Londres es despreciable en todo sentido. No es que la historia carezca de interés, que la fotografía no se luzca y que los efectos especiales no tengan impacto. Es que Forster no puede encontrar el tono apropiado entre la sofisticación y la parodia. A tono con las fallidas elecciones de la canción de créditos (Jack White y Alicia Keys), el film no pega. Ya el final de Casino Royale dejaba en claro que Bond era el mismo y este capítulo lo corrobora.