Cuento de terror y fantasía en el que se desarrolla una batalla de ángeles y demonios en la Tierra. Adaptación del comic de Jamie Delano y Garth Ennis. La película es una versión en plan blockbuster pasada por el tamiz de The Matrix (1999) de The Prophecy (1995) y sus secuelas, aunque carezca de la ironía de la saga de Dimension Films con Christopher Walken. El film tiene problemas de ritmo y de tono. Lo que arranca como una película de terror con cierta tendencia pirotécnica, en la línea de The Exorcist (1973) y The Omen (1976), sigue como un thriller detectivesco carente de progresión e interés, con la investigación de la muerte o el suicidio de la hermana del protagonista, y termina como la enésima versión del alzamiento del Anticristo, con rituales satánicos interrumpidos y un clímax carente de tensión. Lo que sí se destaca es la impresionante fotografía de Philippe Rousselot (los tonos rojizos y oscuros) y la innegable destreza visual del debutante Francis Lawrence (puede ser un nombre a retener). Pero la película tiene dos problemas insalvables: el abuso de los efectos visuales por computadora (pese a la excelente factura, distraen) y la actuación de Keanu Reeves, incapaz de darle al menos una dimensión a su personaje. Y que el film crea fervientemente que los humanos sólo tienen dos destinos, el cielo y el infierno, a estas alturas resulta reaccionario en demasía. Ni siquiera la presencia del Diablo vestido de blanco en el final logra aportar algo medianamente original. Constantine queda a mitad de camino del thriller de horror serio y la estética escapista del comic. Queda en terreno de nadie.