Film de acción en el que un policía encubierto se infiltra en una banda que practica carreras clandestinas de autos en Los Angeles. Rob Cohen se mete en un terreno decididamente trash con esas picadas digitales, la música electrónica, el exploit de Point Break (1991), los colores chillones de la fotografía y las mujeres en bikini decorativas. Pero entiende la naturaleza B del producto y el resultado es mucho más entretenido que Gone in 60 Seconds (2000). Porque la historia es simple (hay una sola secuencia de acción en sí), mira con distancia al submundo de los autos modificados, las fiestas rave y los concursos de remeras mojadas y, en el fondo, hay un lejano respeto al realismo (la escena que los personajes se sientan a comer pollo) porque “nunca se sabe quién puede estar mirando”. Es una lástima que la acción y las escenas de carrera nunca transmiten la sensación de velocidad. Rob Cohen es mucho más inteligente de lo que aparenta y deja ver, aunque nadie lo admitirá.