Cuento de terror en el que una compañía de teatro se somete a unas sesiones de ensayo sin dormir en España en 1984. El uruguayo Gustavo Hernández hace una apuesta por el mainstream en coproducción con España y Argentina. Con semejante premisa argumental uno no deja de pensar en Jacques Rivette (el teatro, los fantasmas, la actuación). Pero el film nunca encuentra su zona de confort (entendida como aquel terreno en el que el terror surge del encuentro con la naturaleza o el otro). Todo resulta muy forzado y mecánico. Molestos resultan el uso del sonido, los efectismos visuales y la fotografía oscurantista. La propia premisa argumental ya nos está avisando constantemente lo que va a pasar. La única forma que el planteo pudiera levantar sería que asuma la rudimentaria forma de slasher de body count, pero aparentemente los realizadores creen estar por encima de estos procedimientos y están convencidos de que vale la pena conservar a los personajes hasta el final. En consecuencia no hay verdadero misterio, no hay auténtica amenaza. El régimen de coproducción fuerza una vaga locación geográfica (sólo detectable por el personaje que dice “vine a España”) por no hablar de nacionalidad de los personajes.