Cuento de terror en el que una enfermera llega a un hospital con niños que tienen extrañas fracturas en la isla de Wight. Balagueró se mete de lleno en la dinámica de las historias de fantasmas, pero no puede saltear las trampas de este tipo de relatos y el resultado final no está a la altura de sus anteriores films. Si Los sin nombre (1999) utilizaba una coartada de thriller urbano y Darkness (2002) tenía su apoyo en la temática diabólica, acá no logra aprovechar la ambientación. Particularmente molesto resulta el retrato de la protagonista con pasado trágico culposo, la investigación de rigor en los archivos del hospital y la resolución sentimentaloide a partir de la relación con una niña. Al film le falta oscuridad y turbiedad. Como siempre el diseño visual es irreprochable (la fotografía gris y descolorida de la fotografía de Xavi Giménez, la simetría de las composiciones que saca provecho de la arquitectura, el juego de líneas verticales y horizontales), pero esta vez no es suficiente. De los actuales maestros del cine de terror (Shyamalan consagrado en Hollywood, Del Toro con capacidad de adaptación, Takashi Shimizu con su estética oriental, la libertad autoral de Kiyoshi Kurosawa), Balagueró es el que la tiene más difícil rodando en inglés para un mercado que no existe en su país. La concepción de los fantasmas no es demasiado original: sólo posible de ver a los cercanos a la muerte, la naturaleza vengativa contra los vivos. Balagueró da un paso atrás del que rápidamente se reivindicaría con [Rec] (2007).