Cuento de terror en el que una bióloga descubre que su padre recientemente suicidado estaba involucrado en una secta satánica en Inglaterra. Adaptación de la novela Pact of the Fathers (2001) de Ramsey Campbell. La propuesta es atractiva porque sigue el camino del terror serio de Los sin nombre (1999), presenta un nuevo director español avalado por sus cortometrajes en el género y trata de indagar en el costado dramático de la historia antes que en los efectismos. Si bien el diseño visual apoyado en tonos grises descoloridos es impecable, la planificación muestra un gusto por las composiciones geométricas y el clima de angustia e inquietud es constante y sostenido, hay algo en los personajes, en las actuaciones y en la historia que no termina de conectar con las raíces del mal del tema. El film es más deprimente que aterrador. Da la impresión de que la investigación policial y la trama de thriller están más manipuladas que acompañadas. Pero la imagen de la rata recorriendo el cadáver acompañada por una música de cuna da para pensar que Plaza tiene un futuro en el género de terror. La última parte de la película recuerda un poco a Rosemary’s Baby (1968), pero los cambios en el punto de vista a lo largo del film le quitan impacto a la resolución. El segundo nombre es una auspiciosa ópera prima aunque le falte algo de personalidad.
Prácticamente lo único en común que tienen la trama de la novela de Campbell y la película de Plaza es que la protagonista se llama Danielle y que su padre estuvo involucrado en una secta satánica. Después el guión va por un camino completamente diferente. Lo que no tiene nada de malo en sí, si ese camino fuera más estimulante de lo que termina siendo en la película. La novela de Campbell tenía una ágil dinámica de thriller recubierta por una turbia atmósfera terrorífica. Tal vez requería una pericia en la dirección y una disposición de medios que eran imposibles de alcanzar en este caso. El principal problema de la adaptación es el motor de la trama. Mientras en la novela la protagonista descubría algo que el resto de los personajes se empecinaban en ocultar, aquí la protagonista niega (al menos durante buena parte de la historia) lo que los personajes le revelan. La movida carece de variantes porque es una maniobra de un solo movimiento, tal vez efectiva para un cuento breve de terror, pero no para un largometraje. Plaza confunde contención con sutileza. Como resultado tenemos un melodrama frío y desangelado en el que los villanos carecen de entidad. Cuesta ver el terror en las imágenes de Plaza: hay una imagen, la de los padres asesinando a sus hijos recién nacidos, que no se puede mostrar o, mejor dicho, que no se puede actuar. Entusiasmado por los resultados de Los sin nombre, Campbell cedió los derechos de su más reciente novela a la misma productora española, pero esta vez los resultados no fueron tan estimulantes.