Comedia dramática en la que un colectivero aficionado a la poesía vive en pareja con su novia en Patterson, New Jersey. Luego de dos excelentes incursiones en el cine de género, The Limits of Control (2009) y Only Lovers Left Alive (2013), Jim Jarmusch vuelve al menos en apariencia a lo simple, lo cercano, lo concreto: una vuelta al barrio, pese a que sea New Jersey y no New York. Cada una de sus últimas películas es una especie de testimonio del estado del arte del cine contemporáneo. Los recursos son más o menos los mismos, pero las variaciones resultan cada vez más estimulantes. En este caso las repeticiones musicales de las mini secuencias, la idea de los poemas escritos en la pantalla (que no interfiere, sino que rescata el valor visual de la poesía), el retrato de un mundo hostil ajeno a las sensibilidades de los personajes. La historia de amor también muestra cierta grado de madurez. Hay una mutua “condescendencia” entre la pareja que evita, pero no extingue, los conflictos. No hay peleas, no hay discusiones durante el film. Uno está tentado a decir que es todo bello, perfecto, casi idílico. Pero, como el buzón del correo que todos los días el protagonista debe volver a poner en su lugar, el equilibrio es precario. A la relación, como a la afición por la poesía del protagonista, le falta algo, le falta pasión. Igualmente interpretar las películas de Jarmusch, en el sentido de descifrar sus “mensajes”, es una tarea inútil. Así que no queda más que disfrutar de los bellos momentos que contienen. Párrafo final para un par de referencias cinéfilas: el guiño a Moonrise Kingdom (2012) con la presencia de los mismos actores ahora adolescentes, y la visita a un cine para ver un clásico del terror, un género en el que Jarmusch parece estar aficionándose de cara a su nuevo proyecto The Dead Don’t Die (2019).