Drama en el que una joven bailarina obtiene el papel principal para interpretar el ballet El lago de los cisnes de Tchaikovsky y cae en la locura en New York. Luego del éxito en clave realista de The Wrestler (2008), Aronofsky trata de reinsertar en sus films las florituras del cine fantástico. El problema es que esta vez, atrapado en función del lucimiento de la actuación de la protagonista, su armamento visual se queda en la cáscara. La mirada condescendiente hacia el personaje no hace más que acentuar un binarismo primario de su comportamiento (el cisne blanco, el cisne negro). Si bien la fotografía en 16mm aporta la belleza, la crudeza y el contraste necesarios, el dualismo está llevado hasta las últimas consecuencias (la abstracción de la pulsión suicida) y la música de Tchaikovsky viene al rescate para escenificar un clímax de impacto, su manera de filmar basada en la subjetividad de la cámara y el desprecio por la trama, esta vez no termina de funcionar. Las referencias puntuales a Carrie (1976), Perfect Blue (1997) y Dans ma peau (2002) no pueden ocultar el abismo que lo separa de directores como Brian De Palma, David Lynch o David Cronenberg. Aronofsky quiso crear otro monstruo, pero cada vez se lo ve más domesticado. Hay que ver hacia dónde sale con su próxima película.