Drama en el que un pescador norcoreano tiene un accidente con su bote y pasa el límite de la frontera con Corea del Sur. Kim Ki-duk vuelve al terreno de The Coast Guard (2002), pero ahora quiere hacer un film ejemplar sobre los derechos humanos que sea capaz de denunciar la burocracia militar de las dos Coreas. La crítica podría ser más certera si los personajes que interrogan al protagonista a los dos lados de la frontera no fueran tan maniqueos. El film sufre el problema de utilizar la excepción para cuestionar la regla. La precaria dramaturgia de Kim Ki-duk queda expuesta una vez más en el segmento ambientado en Seúl en el que el protagonista queda solo. El rescate de una prostituta no viene a cuento y la trama del espía que le da un mensaje resulta forzada. El tema de la resistencia carece de relevancia porque el mismo protagonista se convierte en el títere de un guión manipulador. La fotografía gris y oscura no sólo domina las escenas de interrogatorios, sino que se convierte en el motivo visual de la película. Sólo la resolución tiene algo de fuerza emotiva.