Comedia dramática en la que una mujer inventa un secador de piso en Massachusetts en la década de 1990. Inspirado en una historia real. Russell continúa su seguidilla de películas “excéntricas” destinadas a ganarse nominaciones a los Oscars, pero esta vez el planteo es tan limitado que apenas le alcanzó para una a su actriz protagónica. El comienzo del film es medianamente simpático y atractivo: el extraño teleteatro que la madre de la protagonista mira desde su cama se filtra en las imágenes, la caótica vida familiar, su ex esposo viviendo en el sótano de la casa y el padre que vuelve echado de la suya. Pero Joy es una de esas películas en el que el espectador hasta puede detectar el momento en el que todo se viene barranca abajo. Y ese momento llega demasiado pronto (cuando la protagonista se pone a inventar el secador de piso). Allí la película entra en la más absoluta banalidad, condescendencia y previsibilidad. La presencia de Bradley Cooper con una sonrisa de “Hola, soy Bradley Cooper y estoy haciendo un papel de los que habitualmente no hace Bradley Cooper” es estéril. Incluso sobre el final la película adopta cierta trama policial en la que se nota que si alguna vez Russell tuviera algo que mostrar, lo mostraría muy bien.