Mezcla de comedia negra y psycho thriller en el que familia de un padre periodista amarillista, una madre drogadicta, una hija prostituta y un hijo golpeador recibe la visita que se queda en su casa en Japón. Miike recorre tres décadas del cine de la provocación. De Pasolini, con la premisa argumental que recuerda a Teorema (1968), a Larry Clark, con el retrato de la juventud carente de esperanza y futuro, pasando por Waters, con todos los crímenes cinematográficos posibles. Pero la hace sin las pretensiones filosóficas y espirituales de Pasolini, la estética trash de Waters o el sensacionalismo de Clark. A través de una mirada distanciada e irónica propone una nueva forma de acercarse al horror y la violencia. Lo que le permite todo tipo de abusos y excesos (el incesto entre padre e hija, al padre que lo violan con un micrófono, la escena de violación, muerte y necrofilia, la madre que empieza a largar leche de los pechos, la masacre de los tres chicos que molestan al hijo, la escena de abotonamiento y excrementos) que no dejan de sorprender al espectador por la tranquilidad y reposo con que son filmados. Si bien el personaje del visitante queda en segundo plano y al igual que en Teorema carece de explicaciones, cumple la función de terminar uniendo a la familia disfuncional. Tal vez por la acumulación y la reiteración de excesos la resolución no termina siendo tan shoqueante como prometía y es casi un final feliz. El film es una despiadada e hiperbólica crónica familiar que confirma a Miike como un auténtico provocador no exento de coherencia.