Psycho thriller enfermizo y denigrante en el que un asesino secuestra y tortura víctimas mientras un amigo lo graba con una cámara de video en New Jersey. Fred Vogel supera las barreras de la representación del horror en el cine a partir de unos personajes irredimibles, unas situaciones incómodas y un hiperrealismo sucio con una irreprochable coherencia estética. Su gran mérito es la ausencia de filtros. El pacto con el espectador nunca está explicitado, la textura de la imagen no tiene concesiones y no hay guiño irónico alguno. El único objetivo es shoquear y reducir al otro. Lo más horroroso en última instancia es que el falso documental o la simulación del snuff no esconden el hecho que si lo que vemos fuera cierto, sería así. Al igual que The Texas Chainsaw Massacre (1974) y Henry: Portrait of a Serial Killer (1986) las películas más violentas reconocen la incapacidad de mostrar la violencia. Porque por más que la chica forzada a comer sus eses, la chica golpeada en la carretera, la pelea a la salida de un recital, la pareja humillada en un kiosco, los hermanos secuestrados y la orgía con dos prostitutas pueden resultar las escenas más denigrantes imaginables, la violencia nunca puede ser visualizada porque el escenario que la contiene no lo permite. Además de ser una de las películas de terror más provocativas de la década de 2000, Vogel logra reflexionar sobre el estatuto de la imagen en el nuevo siglo.