Drama en el que un luchador profesional al borde del retiro debe replantear su vida en New Jersey. Más allá del regreso de Mickey Rourke (en un papel con muchos puntos de contacto autobiográficos) y de la vuelta en forma Darren Aronofsky luego de las ambiciones desmedidas de The Fountain (2006), The Wrestler es una película que se destaca por la honestidad de la historia (más que una trama, es un escenario), de las actuaciones (el reparto se entrega en cuerpo y alma) y de la dirección (nunca pierde el punto de vista coherente). Los recursos visuales (la fotografía en 16mm granulada, los planos secuencias que siguen de espaldas al protagonista, el realismo duro pero estilizado) ya se han vistos muchas veces y mejores. Pero lo que impresiona es el igual tratamiento que reciben las escenas de rutina diaria, de combate en el ring y de encuentros cara a cara. El film no permite distinguir cuáles son los golpes más fuertes. En ese sentido Rourke compone un personaje que desde su simpleza resulta fascinante: escucha hair metal de la década de 1980, es incapaz de adaptarse a los tiempos que corren y su único lugar es el ring de lucha. Recibe un vital apoyo de Marisa Tomei que interpreta a su amiga incondicional. En las escenas que comparten, la representación y lo real se aproximan hasta lo ideal. Film maduro sin moral bastarda ni lugar para la esperanza, repleto de verdad.