Drama criminal en el que un chico aspira a ser fotógrafo en una favela de Rio de Janeiro en las décadas de 1960 y 1970. El tono excesivamente tremendista, efectista y sensacionalista carece de introspección emocional y afectiva. El film no es otra cosa que el estilo de Snatch (2000) trasladado hacia un entorno un poco más marginal y oscuro. Porque de última parece que la única imagen que Latinoamérica puede vender de sí misma al mundo cinematográfica para ser alabada es la miseria, véase también Amores perros (2000). El narrador en off aporta mucho desde el punto de vista informativo, pero nada desde lo dramático o reflexivo. El film combina una estética cruda (16 milímetros, cámara al hombro) con algunos efectismos cool (pantalla dividida, giros y aceleraciones de cámara). Todo montado a la manera de un ametrallamiento de planos y de ruidos carente de sentido. La secuencia de los niños torturados y ejecutados por hacer travesuras (destinada a alterar las almas más sensibles) es una apología de la abyección y el mal gusto. Un sólo hallazgo: el paralelo visual entre el protagonista en la calle en medio de dos pandillas y atajando un penal en un potrero. El film no es más que un actualización brasileña de las crónicas urbanas afroamericanas del cine de Hollywood que impacta no tanto por lo plausible sino por el simulacro de lo real.