Drama en el que un hombre despedido de su trabajo simula ante su familia que todavía lo tiene en el norte de Francia. Inspirado en un caso real. Cantet parte de un caso real de 1993 que terminó en tragedia para hacer una reflexión, más que sobre el trabajo y el desempleo, sobre la realidad y las apariencias. A partir de la distancia casi policial de la puesta escena observa un comportamiento patológico y obsesivo. El film nos lleva a realizarnos preguntas sobre la psicología del personaje, la naturaleza del trabajo y la dinámica de las relaciones afectivas hasta llevarnos casi a las puertas de la locura. Pero es en ese momento, cuando la simulación se detiene, las preguntas carecen de sentido y la historia real se hace esquiva, que la falta de introspección en la mente del protagonista le cuesta caro. Porque la temporalidad del relato se quiebra, la resolución drástica se hace inevitable y el epílogo resulta humillante. El film arriba a un callejón sin salida y echa culpas ajenas. Ni siquiera la banda sonora de Jocelyn Pook, recién salido de Eyes Wide Shut (1999), puede entrar con consistencia. Cantet es un director bienintencionado, pero debería dejar de buscar tanto apoyo extra cinematográfico para justificar el comportamiento de sus personajes.