Drama criminal en el que una prostituta y una actriz porno inician un viaje matando hombres en el sur de Francia. Más allá de la polémica, del escándalo y de la asumida búsqueda de provocación, no hay que perder de vista los rasgos formales del producto. No se puede decir que el film sea muy revisionista en cuanto a la pertenencia al género policial de criminales en fuga, al rodaje en video, a la cámara al hombro, al montaje frenético, a la realista inclusión de escenas de violencia sexual (explícitas, pero simuladas a fin de cuentas) y a la estructura narrativa que tímidamente altera los tiempos. El sustrato ideológico de la lucha femenina (no feminista) queda acotado por la victimización inicial de guión. Lo más atractivo resulta entonces el estado físico y mental de la pareja protagonista. La ansiedad, la impaciencia, el odio y la conciencia de lo que hacen se mezcla con una complicidad que les permite hacer todo lo que quieren sin respetar ningún tipo de límites. Pero allí aparece el problema del placer. Si pueden gozar en todo momento, tampoco soportan sin límites que otros disfruten. De ahí la casi surreal escena de orgía y masacre en un cabaret que termina con un plano que mancha la cámara. Hay pocas películas renovadoras en el cine de sexo y violencia en los últimos 30 años. Al menos esta asume la dificultad de la tarea.