Cuento de ciencia ficción en el que un joven genéticamente inferior asume la identidad de otro hombre para ingresar a una escuela de pilotos espaciales en California en el futuro. La puesta en escena es concienzudamente bella y pulcra, en sintonía con las características del sector de la sociedad que retrata. El problema es que el protagonista cuenta en un flashback al principio todo lo que el espectador podría descubrir a lo largo del relato (sólo para recordarnos que estamos viendo una película de Hollywood). Después, el film navega entre el thriller irrelevante, una historia de amor poco profundizada y un drama con trauma familiar. No aprovecha la ambigüedad que puede surgir de un posible asesinato y el personaje de Jude Law queda muy desdibujado. Eso sí, nunca se deja tentar por la violencia o la acción innecesarias y mantiene un tono melancólico en todo el metraje. La ambientación, los decorados y la fotografía en tonos dorados de Slawomir Idziak son lo mejor del film. La ingeniosa resolución es la razón por la que le financiaron el film al debutante Andrew Niccol. Pero aunque esté bastante camuflada, no es más que otro triunfo de la libertad de los que tanto gustan en Hollywood.