Drama en el que una familia vive en una estancia venida a menos en Salta durante el verano. Martel se introduce en una intimidad incómoda e inquietante. El film está repleto de posibilidades visuales, sonoras y narrativas. Logra una simbiosis entre la naturaleza y lo humano, entre lo colectivo y lo individual, que borra todo tipo de distancias. El cuerpo (herido, sangrante, marcado, con cicatrices que la ropa no puede ocultar) se convierte en la materia significante más poderosa porque el malestar ya está instalado en él. Martel nunca abandona la posición expectante de los cuerpos y la mirada atenta, pero no intrusiva. La película alcanza momentos de particular belleza (el baile en la cama de la madre), violencia (el ruido del vidrio roto) y extrañeza (ese comienzo en silencio en la pileta). Tal vez la historia no pueda articular un discurso sobre la familia, la sexualidad y las diferencias sociales, pero tampoco podía Harmony Korine en Gummo (1997), un film con el comparte ciertas búsquedas. Más allá de su reconocimiento inmediato y fervoroso (tanto local como internacional), la película no ha perdido nada de su impacto y poder.