Comedia dramática en la que un joven abogado reflexiona sobre la relación con su padre en Buenos Aires. En este film Burman completa una trilogía con Esperando el mesías (2000) y El abrazo partido (2004) que, si bien no sigue al mismo personaje, retrata a una especie de Antoine Doinel judío. Si bien el uso de la voz del narrador está ensamblado, el humor surge con naturalidad y los personajes están bien definidos, el esquema ya acusa señales de desgaste. Es que el retrato del protagonista neurótico deviene mojigato, la fragilidad que se desprende de su comportamiento nunca termina de perfilarse y la descripción del mundo laboral estaba mejor explorada en El abrazo partido. Lo que guía al relato (la relación particular con el padre, la sospecha de infidelidad de la esposa, la representación de una obra de su hijo en el jardín de infantes) transita lugares comunes. El film no puede sacar ningún provecho narrativo de la falta de carnalidad en la relación de la pareja, de las dudas del protagonista de asumir su condición de padre y de la previsible muerte en off visual. Burman se siente demasiado cómodo con sus personajes y situaciones. Le falta correrse un poco de lugar.