Comedia dramática en la que un niño de padres separados vive con su abuela en el barrio de Boedo en Buenos Aires en la década de 1960. Valentín supone un cambio de estilo para Agresti, tal vez en vista de su posible fichaje para Miramax. El film trata de emocionar y de no caer en la manipulación. Pero el uso de la voz en off del niño (con sus errores de dicción y todo) expresa los pensamientos de un hombre de cuarenta años. Así, se derrumban todas las pretensiones de autenticidad del producto. El segmento en la iglesia en el que se menciona la muerte del Che Guevara es tan solemne como innecesario. La pintura de la década de 1960 recurre a un par de temas de rock nacional (Nebbia, Spinetta), pero se mantiene en los límites del barrio y no hay demasiado cambios en la ambientación (por intención o presupuesto). Agresti utiliza una cámara a muy baja estatura, como si fuera un Spielberg fantasioso de E.T. the Extra-Terrestrial (1982). Resulta paradójico que cuando hablamos de cine de buenos sentimientos no podemos desprendernos de la condescendencia hacia los personajes, como demuestra el reciente estreno de Le fabuleux destin d’Amélie Poulain (2001). Algunas soluciones como el silencio ante la pregunta sobre el judío y el niño que quiere dormir después de la muerte de su abuela muestran cierta inteligencia. Con 15 films rodados apenas pasados los 40 años, Agresti se perfila como uno de los directores argentinos con mayor proyección internacional, pero en el camino ha adquirido demasiados vicios.