Comedia dramática en la que un niño de siete años encuentra una bolsa de dinero en Widness, al noroeste de Inglaterra. Boyle ya mostró ductilidad para adaptarse a los más variados géneros. Ahora prueba suerte en el film infantil. Más allá de las concesiones inevitables de este tipo de guiones (los niños que perdieron a su madre, la obvia moraleja del dinero que no hace a la felicidad), se puede decir que sale airoso. Más que nada por la posibilidad de deleitarse con su estilo visual. Ejemplos: la secuencia de la construcción de la casa a la que se mudan, la rápida descripción de la llegada a la escuela, la escenas del protagonista escondido en la casa de cartón mientras pasan los trenes. Lamentablemente estos ejemplos están más presentes en la primera parte de la película. Los problemas aparecen cuando la película debe delinear con un poco más de profundidad a los personajes. Las alucinaciones con santos no pasan de simpáticas, la trama policial del ladrón que busca el dinero carece de interés y la aparición celestial de la madre al final es innecesaria. El film va perdiendo ritmo e inventiva. Igualmente algunos apuntes (uno de los santos se fuma un porro, los chicos utilizan al negro como sirviente, la fascinación del niño cuando mira los pechos de una mujer en la computadora) elevan el target y la inteligencia del producto. Es una lástima que el guión de Frank Cottrell Boyce (colaborador habitual de Michael Winterbottom) no profundice con un poco más de sentido crítico en temáticas como el consumismo y la tecnología. Boyle, lejos de sus mejores trabajos, Trainspotting (1996) y 28 Days Later… (2002), está a la espera de proyectos más ambiciosos.