Film de animación en el que ingeniero Jiro Horikoshi diseña aviones en Japón en la primera mitad del siglo XX. Inspirado en una historia real. Miyazaki realiza el film más serio y adulto de su carrera. Los resultados no dejan de ser sorprendentes. Es tal vez el único director de cine de animación que logra hacernos olvidar que sus personajes son animados. Como siempre el acabado técnico y formal es brillante: la fluidez de la animación, el uso de los colores, la banda sonora de Joe Hisaishi, la utilización justa del sonido. Gracias a unos movimientos tan sutiles como bellos, casi musicales, las máquinas, los objetos y los paisajes parecen tener vida en las películas de Miyazaki. El film se toma bastante licencias respecto a la vida de Horikoshi, de hecho la combina con la novela de Tatsuo Hori (de allí sale el título y la referencia a Paul Valéry) que ya se había adaptado al cine un par de veces. Pero eso no le quita ningún mérito. La visualización del terremoto de 1923 adquiere rasgos apocalípticos que anuncian el desastre nuclear de Japón durante la segunda guerra mundial. A partir de la enfermedad de la esposa del protagonista, la película asume un tono demasiado melodramático en su parte final. Pero, nuevamente, es una nota melancólica sobre los horrores a venir.