Policial en el que el ladrón de bancos John Dillinger es perseguido por agentes federales en Chicago en la década de 1930. Basado en un caso real. Michael Mann hace su versión del cine de gangsters de la década de 1930 (y de la figura romántica del criminal) con el filtro de las cámaras digitales de la década de 2000. Si bien la interpretación de los actores es impecable, la reconstrucción histórica impresionante, la puesta en escena, clásica y moderna a la vez, la revisión del mito y de la historia americana son punzantes y el uso de la música como siempre sugerente, hay algo que no termina de cerrar. Más allá de la textura digital de la imagen termina siendo un lastre (y choca contra la estética de la época) se pueden hacer esfuerzos para obviarla. El problema es otro. Mann se queda a mitad de camino de la identificación de los códigos de policías y criminales, la crítica al proceso de formación del FBI (y a la figura de Hoover), la visión distanciada hacia la leyenda y el homenaje al género policial. Se extraña la introspección en la mente de los protagonistas. Lejos en el recuerdo ha quedado la versión de John Milius, Dillinger (1973), que desde la radicalidad política ofrecía lecturas más sugerentes. Tal vez Mann, el realismo no es lo suyo. Cuando se basa en historias reales, el artificio no se sostiene.