Psycho thriller en el que un camarógrafo asesino filma a sus víctimas cuando mueren en Londres. El film es exquisitamente morboso y va mucho más lejos que Psycho (1960) en cuanto al voyeurismo y el retrato de la psicopatía. Destacar cómo muestra los dos lados de la personalidad del protagonista en constante lucha. Por un lado tímido y reprimido y por el otro arrogante y perturbado. Desde ya que la película marcó a cineastas como De Palma y Argento, pero también a Larry Cohen y Buttgereit. Los tres asesinatos (el primero con un largo plano subjetivo, el segundo en un estudio de filmación teñido de rojo y el tercero mediante una elipsis) no necesitan ser sangrientos para shockear.
La película conserva intacto su poder de shoquear. No es de extrañar que en su momento haya sido despreciada. Más allá de que en el fondo plantea una mirada bastante crítica y desconfiada hacia el cinema vérité, el film está muy adelantado a su tiempo. No porque haya hecho algo completamente revolucionario o rupturista, sino porque plantea una reflexión sobre un material del que todavía no había espacio para que puede ser absorbido (Psycho ni siquiera se había estrenado). Los temas que plantea la película se hacen cada vez más relevantes con el paso de los años: las superpoblación y comercio de imágenes, el aislamiento tecnológico de la vida moderna, el arte que asume formas cada vez más morbosas. Powell hace uno de los usos más espectaculares del color en un film de terror. Los momentos previos al segundo asesinato parecen coreografiados como en un musical. El film se convierte en el prototipo del psycho thriller en cuanto al retrato del personaje, la visualización de los asesinatos, la relación posiblemente salvadora con una chica que desconoce sus tendencias, el policía inoperante, el trauma de la infancia visualizado en películas caseras. Pero sobre todo porque plantea que el conflicto es interior al protagonista y no producto de la acción del relato.